Tranquilo, fiera, tranquilo.

La casa de Alfonso es pequeña incluso para él solo: una habitación que hace las veces de dormitorio y salón, una cocina en la que con dificultad caben dos personas y un cuarto de baño con su váter, su lavabo y su ducha. No entiendo como no se ahoga. Estamos en la habitación principal, sentados en el suelo frente a su cama, y varios chismes cuelgan de la pared en la que apoyamos nuestras espaldas:una bandera de Cuba, un paraguas enorme con los colores del arco iris, un arco que adivino originario de Canadá, un sombrero, un tablón de corcho con fotos y notas varias, y más cosas del estilo. Estoy seguro de que cada uno de estos objetos significa algo importante para Alfonso, pero nunca le he preguntado sobre ellos. Llevamos media hora de charla bebiendo cerveza, haciendo tiempo para lo que se viene: son las fiestas del barrio y pensamos ir a un concierto de rock que dan al lado de su casa.

Alfonso es un tío tranquilo. Cuando le pillas en plan sincero reconoce que tiene un problema con la bebida, pero lo disimula bien. Calvo con apenas treinta años (se rapa el poco pelo que le queda) y gafas de pasta, siempre viste con ropa ancha de estilo hippie. No pasa desapercibido. Es, a estas alturas de mi vida, lo más parecido que tengo a un amigo. En estos momentos dice:

- Oye Ricardo, ¿y cómo ves el ascenso de la izquierda en Francia? ¿Crees que significará un cambio de rumbo en la política europea?

- No tengo ni idea, Fon. Pásame otra cerveza.

Alfonso cree en la política. Está convencido de que se pueden cambiar las cosas mediante las urnas. Yo tampoco intento hacerle cambiar de opinión: cada loco con su tema. Él se levanta y saca de la nevera un par de latas. Cuando vuelve me pasa una y sigue:

- Pues yo creo que sí, Ricardo. Es lo que Europa necesita, políticas de izquierdas. 

- Ni lo sé ni me importa, Fon. Oye, ¿a qué hora es el concierto?

Y resulta que el concierto empieza en media hora. Nos terminamos las cervezas tranquilamente, sin hablar. Los alcohólicos sabemos disfrutar del silencio.

Salimos de su casa y nos damos cuenta de que la calle está llena de gente. Parece que el concierto va a ser multitudinario, algo que no teníamos previsto. Bueno, pienso, más chicas, hace más de un mes que no me como un rosco. Alfonso pasa de estos temas, es algo que le envidio.

Llegamos a la plaza y nos la encontramos atiborrada. No es una plaza muy grande, pero sí lo suficiente como para que se junten varios centenares de personas. La rodean unos cuantos árboles todavía decorados con las luces de Navidad. Pillamos sitio al fondo y esperamos tranquilamente a que suenen los primeros acordes, algo que ocurre al poco tiempo. Entonces se desata la locura, la gente baila y yo no voy a ser menos, así que lo doy todo. Recibo golpes en todas las partes de mi cuerpo y desde todas las direcciones, pero me da igual: yo también reparto a diestro y siniestro. Patada va, empujón viene.

Al cabo de un rato me siento cansado, ya no tengo edad para estas cosas. Decido apartarme un poco del mogollón y observar desde la barrera. Busco a Alfonso con la mirada, pero no le encuentro. Decido alejarme y buscar a algún latero al que comprarle una cerveza, y en una calle paralela me encuentro con un grupo de punkies sentados en la calle y fumando canutos. Me deben ver cara de drogadicto, porque uno de ellos dice:

- Oye tío, ¿quieres algo de speed?

Y, bueno, mi relación con las drogas es extraña. Hace años decidí consumir lo que se me ofreciera, y ésta parece ser una de esas ocasiones. Le digo que sí y me vende un gramo por veinte euros.


Me alejo de los punkies buscando un portal donde meterme la primera raya. La calle está llena de gente y no es tarea fácil, pero encuentro uno relativamente cerca de donde se celebra el concierto. Es un portal oscuro, con una pequeña entrada que me mantiene oculto de miradas indiscretas, o eso creo. Así que ahí estoy yo, en un portal cualquiera tratando de pintar una generosa raya de speed en mi cartera sin llamar mucho la atención. Tengo claro que he fracasado en lo de ser discreto cuando una chica se me acerca y pregunta:

- ¿Eso es coca? ¿Me invitas a una?

La chica es bastante guapa, aunque se le nota en los ojos que está colocada, seguramente de alcohol. Lleva una falda estampada que le llega hasta los tobillos, y una camiseta negra que deja ver un bonito escote. Pienso que me la follaria hasta que uno de los dos muriera mientras digo:

- Qué va, es speed. ¿Te pinto una?

- ¡Claro! -contesta.

Se sienta a mi lado. Yo sigo a lo mío y ella dice:

- Me llamo Claudia. ¿Y tú eres...?

- Ricardo. Un placer -contesto.

Interrumpo mi tarea para darle dos besos, y la tía se lo monta para que la comisura de nuestros labios se roce. Aquí hay tema, pienso. Ella me mira y sonríe, y decido que es el momento de atacar. La cojo por la nuca y la beso. Nuestras lenguas se encuentran e intercambian fluidos durante un par de minutos. La cosa se va calentando y le cojo un pecho. Ella se ríe y se aparta, diciendo:

- Tranquilo, fiera, tranquilo.

Mujeres, pienso, no hay quien las entienda. También sonrío y retomo mi tarea. Me lleva un par de minutos terminarlas, y saco un billete de diez para hacer el rulo. Esnifo la que me parece más generosa y le paso todo el material a Claudia, que hace lo propio. Entonces digo:

- ¿Qué quieres hacer ahora, Claudia? ¿Vamos al concierto?

- No, tío, estoy con unos amigos bebiendo en un bar de aquí cerca. He salido a comprar tabaco, debería volver ya.

Y no sé por qué pero no me sorprende. Era demasiado bonito, demasiado fácil. Digo:

- Bueno, pues encantado de conocerte, Claudia. Pásalo bien.

- Lo mismo digo -contesta ella.

Me da un beso y se va por donde ha venido. 

Es entonces cuando me noto el speed, necesito moverme, así que vuelvo a la zona del concierto pensando que a lo mejor me encuentro a Fon. Me sumerjo en la multitud para bailar como un loco, que en cierto sentido es lo que soy, y así me paso la siguiente hora y media. El concierto termina y estoy empapado en sudor, pero ha valido la pena. Me dispongo a volver a casa de Alfonso, donde supongo que nos acabaremos encontrando. Llego al portal y llamo a su timbre, pero nadie contesta. Repito esta operación un par de veces. Finalmente me siento en el suelo pensando que llegará dentro de poco.

Al cabo de media hora de soledad decido moverme. ¿Qué le habrá pasado a Fon? Cualquiera sabe. Empiezo a caminar por calles llenas de gente sin un rumbo definido, mi casa puede esperar. Me siento cansado, por lo que me oculto en un portal para meterme la segunda raya. Esta vez el tema es más rápido y sin sobresaltos. Salgo de allí envalentonado y pensado en entrar en algún bar de la zona, la noche es joven.

Descarto un par de ellos por estar llenos de gente, no me apetecen más multitudes. Encuentro uno relativamente cerca de la zona del concierto que parece estar medio vacío, así que entro y enfilo hacia la barra. Me siento en uno de los taburetes libres y busco con la mirada al camarero. Me pido un güisqui.

Llevo bebida la mitad cuando una mano me toca la espalda, diciendo:

- ¡Hola! ¡Menuda sorpresa! ¿Qué haces aquí?

Es Claudia. La miro sonriendo y contesto:

- ¿Crees en el destino?

Sonríe, me rodea con sus brazos y me besa. Dice:

- Pues no mucho, la verdad.

Y:

- ¿Te apetece que salgamos a dar una vuelta?

Sonrío, me termino mi güisqui de un trago sin apartar la mirada y digo:

- Sí, me apetece.

Salimos del local cogidos de la mano. Al cruzar la esquina la apoyo contra la pared y nos besamos. Esta vez sí me deja tocarle los pechos. Me pregunto si lo haremos en su casa o en la mía. 

No es algo que me importe.

Confia en mi.

La música no era gran cosa, pero había dos chicas en la barra y eso era motivo suficiente para quedarme un rato más. Me acerqué dispuesto a iniciar una conversación con la que primero me mirara. Por aquella época salía solo bastante a menudo, y había desarrollado una envidiable tolerancia al alcohol: llevaba bebiendo desde las diez y me quedaba cuerda y dinero para rato. Fue la morena, y dije:

- Hola, me llamo Ricardo, ¿y tú eres…?

No recuerdo qué contestó, pero sí que su actitud me pareció amistosa, suficiente para presentarme también a la rubia y apoltronarme en el taburete que estaba libre a su lado. Busqué con la mirada al camarero y me pedí una cerveza mientras pensaba cual iba a ser mi próximo movimiento.  Tenía que ser rápido, así que dije:

- ¿Sois de Barcelona?

Y sí, lo eran. Empezamos a hablar no recuerdo de qué, pero al cabo de un rato la cosa iba bien. Conseguí que se rieran un par de veces, y acabé enterándome de que eran amigas del dueño del local, que rondaba por ahí. Entonces decidí pasar al ataque:

- ¿Y qué vais a hacer luego? Conozco un par de locales que cierran cuando empieza el día, podríamos ir los tres cuando cierre este sitio.

La idea no les pareció mal, pero noté reticencias. Lo cierto es que la morena me estaba poniendo cachondísimo. Tenía que conseguir que se viniera conmigo, era el reto de la noche. Cambié de tema pensando que el discurrir de los acontecimientos me favorecería, y que acabaríamos bailando por ahí hasta el amanecer, momento en el que me acercaría a ella y le plantaría un besazo eterno que la llevaría hasta mi cama. En ese momento se acercó un tío de unos cuarenta años, que dijo:

- ¿Quién es este? ¿Os está molestando?

- Pero qué dices, tío –dije-.  Estamos charlando tranquilamente, déjanos en paz.

Resultó ser el dueño del local, y no sé qué tengo pero los dueños de los locales suelen odiarme. Esta vez no fue una excepción. El cabrón me cogió por los hombros y me empujó mientras decía:

- Lárgate de aquí, hijo de puta.

Caí al suelo. Quise levantarme dispuesto a partirle la cara, pero el alcohol me jugó una mala pasada y tropecé, cayendo otra vez. En ese momento me di cuenta de que ya no tenía nada que hacer. Humillado, conseguí levantarme con la intención de despedirme de las chicas y, con un poco de suerte, conseguir su teléfono, pero cuando el dueño vio que mi intención no era marcharme inmediatamente me dio otro empujón, esta vez hacia la puerta.

- Que te largues, ahora –dijo, alzando el puño.

Y, bueno, suelo tener buen ojo para detectar peleas que puedo ganar, y esta vez no me pareció que tuviese muchas opciones. Salí del local. No he vuelto a pisarlo.

Así que ahí estaba yo, solo, en la calle, borracho y cachondo. Hay una parte de mí que solo habla en ocasiones especiales, y ésta pareció ser una de ellas: no estaba dispuesto a aceptar la derrota y largarme a casa sin vivir algo más, así que decidí coger el primer taxi y pedirle que me llevara al prostíbulo más cercano. Llegamos en unos quince minutos. Esa noche iba a follar sí o sí.

Me recibió un tipo duro, hablamos de precios, pagué y me hizo pasar a una sala con varias sillas, donde me senté y esperé el desfile. Escogí a una argentina de ojos azules y muy buen tipo, que me llevó a la habitación donde íbamos a hacerlo. Me duché y nos pusimos a hablar.

Nunca he ido a saco con las putas. Me gusta hablar con ellas y crear cierta confianza. Resultó que la argentina se llamaba Claudia y que tenía un hijo de tres años. También me contó que llevaba dos días sin dormir por culpa de la coca, y que si la compraba medio gramo me invitaría a una fiesta que iba a dar en su piso al día siguiente.

Accedí. Resultó que el tipo duro era también el camello, y la coca se la compré a él. La pagué con tarjeta. Así que allí estábamos Claudia y yo metiéndonos rayas, charlando, creando buen ambiente para lo que se iba a venir. Al cabo de unos veinte minutos decidí pasar a la acción, y la besé mientras le metía mano. Entonces ella dijo:

- ¡Ah! ¡Me haces daño!

Yo no había hecho nada brusco, pero paré. Ella dijo:

- Hoy no es un buen día, espérate a la fiesta. Allí te dejaré hacerme todo lo que quieras, y gratis.

Y:

- Habrá más chicas. Una de ellas es actriz porno. Confía en mí.

Y eso hice. Seguimos charlando un rato más, me dio su número de teléfono. Pasó la hora y me fui de allí, pensando que al día siguiente iba a vivir una de las mejores fiestas de mi vida.

Nunca contestó a mis llamadas.

The switch

"The switch. The switch to turn the damn thing off."

- Vladimir K. Zworykin on his favorite thing on television.

Paquito y el coco (por Marisol Gamo)


Duérmete, niño
duérmete ya
que viene el coco
y te llevará.


A Paquito se le cerraban los ojitos de puro sueño. Pero no quería dormir, no sea que viniese el Coco y se le llevase a algún sitio frío y oscuro. Al tenue resplandor que se filtraba por entre las cortinas, divisaba los muebles conocidos de su habitación: los pies de su cama, la colcha de alegres dibujos, la mesilla con la lámpara del osito, el póster con la Dama y el Vagabundo comiendo espaguetis.
Cerró un momento los ojos, y cuando los volvió a abrir, vio a alguien de pie en medio de la alfombra que le miraba en silencio. Sin embargo, no tuvo miedo.
-¿Quién eres?- preguntó muy bajito, para no despertar a sus padres que dormían en la habitación de al lado.
-Soy el Coco- le contestó una vocecita tan aguda como la suya.
-¡Anda ya, -dijo Paquito- el Coco no existe, que me lo ha dicho a mí, mi mamá..
-Bueno, como tú quieras –respondió el Coco- Si te pones así me iré y no volveré más.
Paquito se sentó en la cama y miró con atención al ser que tenía delante. Algo raro pasaba, pues a pesar de estar oscuro, veía perfectamente. El Coco no parecía un coco. Paquito siempre se había imaginado un ser horroroso, con greñas grises y dientes largos, vestido con ropas oscuras y con una voz grave y cavernosa. Sin embargo, delante de él tenía un niño de su edad. Es verdad que tenía los ojos muy redondos, y la nariz muy chata, pero mamá siempre decía que cada persona es diferente y que no hay que reírse de los que son distintos.
La ropa del coco también era un poco rara. Llevaba unos pantalones anchos de un color azul brillante y una especie de chaqueta amarilla como un limón, y lo peor de todo, un gorrito ridículo de color verde, que recordaba al de Peter Pan. Su madre nunca le hubiese permitido llevar una ropa tan llamativa. Siempre decía que eran mejores los colores discretos, que así no se cansaba uno de ellos.
-Eres muy pequeño para ser un coco- dijo por fin Paquito-¿Cuántos años tienes? Yo tengo seis y ya sé leer.
-Huy, yo no sé cuantos años tengo. Nosotros, los cocos, no cumplimos años, sino lunas. Yo tengo 85. Pasado mañana será mi cumplelunas y cumpliré ochenta y seis.
-No existen los cumplelunas –dijo Paquito-, te lo estás inventando todo.
-Muy bien, yo no soy un coco, porque te ha dicho tu mamá que los cocos no existen, ni tengo ochenta y cinco lunas, ni estoy aquí. Pues a mí mi mamá también me ha dicho que los hombres no existen, y sin embargo me parece que eres de verdad.
-¡Pues claro que soy de verdad! Pero, oye, ¿tú también tienes mamá?
-Claro, tonto –dijo el coco, muy satisfecho- Tengo una mamá Coca y un papá Coco, como todo el mundo. Vivimos en una cueva preciosa y tengo una habitación llena de juguetes –mientras hablaba miraba a su alrededor como con pena.-Si quieres te los enseñaré.
-Yo también tengo muchos juguetes –contestó Paquito- Los Reyes Magos me han traído muchísimos, y además, como pronto será mi cumpleaños me regalarán muchos más.
-Pero los míos son diferentes. Tengo patines de aire y globos de colores, pelotas saltarinas y alas de papel. Si vienes conmigo te dejaré jugar con alguno.
-No me dejan salir de casa solo. Además es de noche y me da miedo.
-No irás sólo, sino conmigo. Tus padres están dormidos y no se enteran de nada.
-Pero mi padre echa la llave antes de acostarse, y se la lleva a su mesilla. No podremos salir.
-¡Ya lo creo que sí! No nos vamos por la puerta, sino por el balcón.
Como si conociese la casa de toda la vida, el Coco se dirigió sin hacer ruido hacia el salón. Abrió la puerta de la terraza y salió. Paquito le siguió y allí, en un rinconcito vio un paquete misterioso. Del interior del paquete el Coco sacó unos objetos muy extraños, que Paquito no supo que eran.
-¿Qué es eso? –preguntó.
-Son alas-dijo el Coco.- Mira, éstas de mariposa son las mías, y éstas de mosca, que ya no uso casi nunca, te las voy a dejar a ti.
Las alas tenían una especie de correajes, y el Coco enseguida se puso las suyas y ayudó a Paquito a ponerse las otras.
Paquito se dio cuenta de que podía mover las alas. Cada vez más deprisa se movieron estas, y pronto se elevó del suelo de la terraza y superó la barandilla. Más y más arriba fue, hasta que vio una especie de mariposa gigante que le perseguía. Cuando estuvo a su altura reconoció al Coco. Éste le gritó:
-Sígueme, que te llevaré a mi cueva.
Al principio a Paquito le costó volar en línea recta, pero pronto se encontró siguiendo al Coco por encima de las luces de la ciudad. Cuando dejaron éstas atrás, el Coco empezó a descender, y se posó con suavidad en la entrada de una cueva. El niño lo hizo con más torpeza, pero consiguió no romperse nada en el aterrizaje.
-Mis papás no están, pero podemos pasar a mi habitación.
Dentro de la cueva, una luz brillante parecía salir de las paredes. Cruzaron varias salas y llegaron a la habitación más extraña que Paquito había visto nunca. Estaba toda llena de objetos que el niño no sabía lo que eran ni para qué servían.
En un rincón, había una especie de globo enorme, con forma de cama.
-¿Qué es eso?- preguntó al Coco.
-Pues mi cama, que va a ser. Ya sé donde podemos ir. Vamos al mar. Sujeta esta bolsa.
Mientras Paquito sujetaba la bolsa, el Coco fue introduciendo en ella unos objetos que al niño le parecieron trajes de goma y aletas de natación.
El Coco se colgó la bolsa por delante, pues las alas no le permitían ponérsela por la espalda y echó a andar con el niño detrás.
Casi sin esperarle, nada más salir de la cueva, empezó a volar, con Paquito siguiéndole, mudo de asombro.
Según se alejaban de la cueva, Paquito vio como la línea de la playa se acercaba a ellos. Esta vez el niño consiguió aterrizar con mayor facilidad, y nada más poner los pies en la arena, comenzó a desabrocharse las alas, como vio que estaba haciendo el Coco. Éste sacó de la bolsa dos trajes de buzo y cada niño se puso uno con las correspondientes aletas y botellas de aire, que no se había fijado Paquito, pero también iban dentro de la bolsa del Coco. Una vez equipados, se metieron en el agua.
La luz de la luna iluminaba el fondo del mar perfectamente y pasaron al lado de peces que se movían todos a una, como en un baile.
De detrás de una roca enorme, de repente aparecieron varias focas.
-Hola globglub- dijo una- ¿Quiénes glob sois vosotros glubglob?
La foca hablaba muy raro. Cada vez que abría la boca, la salían burbujitas, y golgloteaba continuamente.
-Yo soy el Coco – dijo éste- y este es Paquito, un amigo mío. ¿Queréis que juguemos a algo?
-¡Vale, vale glub, glub!- dijeron todas a coro entre innumerables glogloteos.
-Al fútbol –se atrevió a decir Paquito, que siempre marcaba algún gol en el recreo.
-Muy bien -dijo el Coco.- Busquemos una pelota.
Paquito empezó a mirar a ver si encontraba algo que le sirviese de pelota, cuando se llevó un susto tremendo, pues en lo que había creído que era una roca enorme, se abrió un ojo, enorme también. El ojo le miró y al lado del ojo, se abrió una boca inmensa, casi tan grande como la cueva del Coco. De la boca salió una voz grave, que retumbó como un trueno.
-Yo también quiero jugar, porque no hay quien duerma con el ruido que estáis haciendo.
Y la roca movió unas aletas que Paquito no había visto y se convirtió en una ballena tan grande como una casa.
Una de las focas llegaba en ese momento con una bola de algas, que muy bien podría servir de pelota.
-Nosotras vamos juntas glub.- dijeron las focas.
-Vale- dijo el coco,- entonces Paquito y yo iremos con la ballena. Tú, ballena, serás la portera, y tú y yo, Paquito, seremos delanteros.
-¿Puedo jugar yo también?- Dijo en ese momento un pulpo enorme, agitando sus tentáculos sin parar.
Tú vienes con nosotros- contestó Paquito.
En cuanto comenzó el partido, el pulpo dio un pase magnífico, que Paquito convirtió en gol.
El pulpo casi le ahogó, abrazándole con tres o cuatro tentáculos al mismo tiempo, pero Paquito estaba tan contento que no dijo nada.
El partido siguió un rato, pero las focas se aburrían, pues la ballena tapaba toda la portería y no había forma de meter gol. Así que se fueron protestando entre glogloteos.
El Coco se despidió del pulpo y la ballena y se fue casi corriendo hacia la playa. El niño, detrás de él, se dio cuenta de que el cielo estaba aclarando. Se pusieron las alas encima de los trajes de buzo para ganar tiempo, y a Paquito le daba tanta risa de ver al Coco con esas pintas, que casi se choca contra una ventana de un rascacielos. En la terraza de casa se quitó las alas y el traje, e hizo con ello un paquetito que cogió el Coco.
-Adios, Paquito, que mis padres me van a pillar que no estoy en mi habitación.
-Adios, Coco. Vuelve mañana por favor.
-Hasta mañana, entonces- dijo el Coco- volando hacia su cueva.
Paquito se metió en su cama, y le parecía que no había hecho más que cerrar los ojos, cuando ya estaba su mamá llamándole para que se levantase.
Durante todo el día, de cuando en cuando se acordaba de su nuevo amigo, y no veía la hora de volver a acostarse para esperar su visita.
Desde esa noche, siempre que oía la cantinela del Coco, no pensaba en seres horrorosos de largos dientes y greñas largas, sino en un niño parecido a él que vendría a llevarle a sitios maravillosos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

---

De Marisol Gamo.

Agua, sal y aceite (de oliva)



Vamos a la cama (hay que descansar)

Juan sorbe su cerveza y medita, con la mirada fija en el cigarro que se consume, cual va a ser su próximo movimiento. No debería ser una decisión difícil (la barra esta llena de pelmazos, la camarera no le da bola, son las dos y pico de la mañana y tiene algo de sueño), pero ya se sabe: uno quiere vivir aventuras y la vida te da sorpresas, si te pilla despierto.

Así que decide darle otro sorbo a su cerveza y esperar. Si estuviéramos a su lado y le preguntáramos:

- Juan, ¿qué estás esperando?

Juan no sabría qué contestar.

---X---

A Claudia le toca de mañanas, pero son las dos y media y no puede dormir. A veces pasa.

Sale de la cama y enciende un cigarro maldiciendo el segundo café con leche que tomó con Laura a media tarde. Siempre me pasa lo mismo, piensa, nunca aprendo. Ni siquiera tengo sueño.

Roy, su perro, se incorpora y se acerca moviendo el rabo, lame su mano buscando caricias. Claudia piensa un instante y dice:

- ¿Vamos a la calle?

Son las palabras mágicas. Roy se tensa, mira a Claudia y le pregunta, sin palabras, si está hablando en serio. ¿A la calle? ¿Ahora?

- ¡Vamos a la calle! -contesta Claudia. Roy sale corriendo hacia la puerta, feliz.

---X---

Juan termina su cerveza y asume lo obvio: aquí no pasa nada, aquí no hago nada. Se despide de la camarera con un cuídate guapa y sale del bar.

Decide pasear por la zona. Encuentra calles anchas y bien iluminadas, y mucho silencio. Hay muchas ciudades en esta ciudad, piensa Juan. Encuentra una plaza con unos pocos árboles y algún banco. No tengo prisa, nadie me espera. Se sienta y enciende un cigarro.

---X---

Claudia abre la puerta y Roy, impaciente, baja las escaleras corriendo. Al llegar abajo Claudia descubre el portal abierto (¡vecinos!) y ni rastro de Roy. Sale a la calle y lo busca con la mirada.

Ahí esta, no muy lejos, dejándose acariciar por un hombre que fuma sentado en uno de los bancos de la plaza. No parece estar molestándole.

- ¡Roy, ven aquí! -grita Claudia.

Roy la mira y se acerca al trote, se mete entre sus piernas. Claudia le ata la correa al collar.

---X---

¡Qué perro más simpatico!, piensa Juan. Debería comprarme uno.

La mujer y su perro se acercan, y el perro hace ademán de ir hacia Juan, pero sus intentos se quedan en eso, en intentos: la mujer lo sujeta firme a su lado. Manteniendo la distancia dice:

- Perdone, el portal estaba abierto, Roy se me ha escapado.

- No ha sido nada -contesta él.

Juan da una calada y se levanta, se acerca al perro y le acaricia el morro. Roy contesta mostrando su alegría.

- Es un animal muy cariñoso -dice Juan-, tiene usted suerte.

- Si, Roy es un encanto. Gracias -contesta ella, sonriendo.

Juan y Claudia se miran. Entonces Juan dice:

- Cuide de él.

Dice:

- Tengo que irme.

Y:

- Buenas noches.

- Buenas noches -contesta Claudia.

Juan se marcha, da otra calada. Unos cuantos pasos más tarde y sin dejar de caminar mira hacia atrás, y descubre a Claudia y a Roy observando cómo se aleja. Los tres se sonríen.

---X---

Unas horas más tarde amanece, otra vez.