Confia en mi.

La música no era gran cosa, pero había dos chicas en la barra y eso era motivo suficiente para quedarme un rato más. Me acerqué dispuesto a iniciar una conversación con la que primero me mirara. Por aquella época salía solo bastante a menudo, y había desarrollado una envidiable tolerancia al alcohol: llevaba bebiendo desde las diez y me quedaba cuerda y dinero para rato. Fue la morena, y dije:

- Hola, me llamo Ricardo, ¿y tú eres…?

No recuerdo qué contestó, pero sí que su actitud me pareció amistosa, suficiente para presentarme también a la rubia y apoltronarme en el taburete que estaba libre a su lado. Busqué con la mirada al camarero y me pedí una cerveza mientras pensaba cual iba a ser mi próximo movimiento.  Tenía que ser rápido, así que dije:

- ¿Sois de Barcelona?

Y sí, lo eran. Empezamos a hablar no recuerdo de qué, pero al cabo de un rato la cosa iba bien. Conseguí que se rieran un par de veces, y acabé enterándome de que eran amigas del dueño del local, que rondaba por ahí. Entonces decidí pasar al ataque:

- ¿Y qué vais a hacer luego? Conozco un par de locales que cierran cuando empieza el día, podríamos ir los tres cuando cierre este sitio.

La idea no les pareció mal, pero noté reticencias. Lo cierto es que la morena me estaba poniendo cachondísimo. Tenía que conseguir que se viniera conmigo, era el reto de la noche. Cambié de tema pensando que el discurrir de los acontecimientos me favorecería, y que acabaríamos bailando por ahí hasta el amanecer, momento en el que me acercaría a ella y le plantaría un besazo eterno que la llevaría hasta mi cama. En ese momento se acercó un tío de unos cuarenta años, que dijo:

- ¿Quién es este? ¿Os está molestando?

- Pero qué dices, tío –dije-.  Estamos charlando tranquilamente, déjanos en paz.

Resultó ser el dueño del local, y no sé qué tengo pero los dueños de los locales suelen odiarme. Esta vez no fue una excepción. El cabrón me cogió por los hombros y me empujó mientras decía:

- Lárgate de aquí, hijo de puta.

Caí al suelo. Quise levantarme dispuesto a partirle la cara, pero el alcohol me jugó una mala pasada y tropecé, cayendo otra vez. En ese momento me di cuenta de que ya no tenía nada que hacer. Humillado, conseguí levantarme con la intención de despedirme de las chicas y, con un poco de suerte, conseguir su teléfono, pero cuando el dueño vio que mi intención no era marcharme inmediatamente me dio otro empujón, esta vez hacia la puerta.

- Que te largues, ahora –dijo, alzando el puño.

Y, bueno, suelo tener buen ojo para detectar peleas que puedo ganar, y esta vez no me pareció que tuviese muchas opciones. Salí del local. No he vuelto a pisarlo.

Así que ahí estaba yo, solo, en la calle, borracho y cachondo. Hay una parte de mí que solo habla en ocasiones especiales, y ésta pareció ser una de ellas: no estaba dispuesto a aceptar la derrota y largarme a casa sin vivir algo más, así que decidí coger el primer taxi y pedirle que me llevara al prostíbulo más cercano. Llegamos en unos quince minutos. Esa noche iba a follar sí o sí.

Me recibió un tipo duro, hablamos de precios, pagué y me hizo pasar a una sala con varias sillas, donde me senté y esperé el desfile. Escogí a una argentina de ojos azules y muy buen tipo, que me llevó a la habitación donde íbamos a hacerlo. Me duché y nos pusimos a hablar.

Nunca he ido a saco con las putas. Me gusta hablar con ellas y crear cierta confianza. Resultó que la argentina se llamaba Claudia y que tenía un hijo de tres años. También me contó que llevaba dos días sin dormir por culpa de la coca, y que si la compraba medio gramo me invitaría a una fiesta que iba a dar en su piso al día siguiente.

Accedí. Resultó que el tipo duro era también el camello, y la coca se la compré a él. La pagué con tarjeta. Así que allí estábamos Claudia y yo metiéndonos rayas, charlando, creando buen ambiente para lo que se iba a venir. Al cabo de unos veinte minutos decidí pasar a la acción, y la besé mientras le metía mano. Entonces ella dijo:

- ¡Ah! ¡Me haces daño!

Yo no había hecho nada brusco, pero paré. Ella dijo:

- Hoy no es un buen día, espérate a la fiesta. Allí te dejaré hacerme todo lo que quieras, y gratis.

Y:

- Habrá más chicas. Una de ellas es actriz porno. Confía en mí.

Y eso hice. Seguimos charlando un rato más, me dio su número de teléfono. Pasó la hora y me fui de allí, pensando que al día siguiente iba a vivir una de las mejores fiestas de mi vida.

Nunca contestó a mis llamadas.